UNA DE MONJAS  

10/03/2007


Isabel Allende cuenta una anécdota de la época en que iba a un colegio de monjas. Dice que el día de su primera comunión le proporcionaron una lista de pecados para que la revisara y se confesara de aquellos en los que había incurrido.
"Como no me acordaba de muchos de los míos, tuve la idea de confesar los más graves de la lista: si me perdonan los pecados mayores, ¿cómo no me van a perdonar los menores?".
Siguiendo este razonamiento, confesó ser adúltera y otros pecados por el estilo, pero en lugar de una absolución lo que consiguió fue que una de las hermanas le lavara la boca con jabón.
Recordé mi propio paso, largo paso, por un colegio de monjas.
Cuando, entre otras cosas, me convencieron de que la mayor ofrenda que le podíamos hacer a Dios, 
era llegar vírgenes al matrimonio. 
Yo con 15 años y demasiadas noches de zaguán, 
cómo les explicaba a las hermanas, al padre, a Dios, que aunque intentara,
no conseguía resistirme a eso que el cuerpo me demandaba?
Después de todo, habiendo tantas cosas malas en el mundo, tanto horror... 
Justo se iba a fijar en ésto? taaaaaaanto iba a molestarle?.
Sentía que los besos y caricias no alcanzaban para expresar el amor que sentía
(linda forma de justificar la calentura).
Por lo que viví mi adolescencia en una contradicción.
Por un lado, el indómito deseo, por otro, las creencias y el mandato de lo que debía hacer.
Entonces, cada semana, tuve que confesar los mismos pecados.
Hasta que un buen día descubrí, que en realidad... no me arrepentía.
Y fui feliz.



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