ROMPIENDO EL SILENCIO  

11/29/2008

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Desde hace algún tiempo el silencio me visita:

se sienta cómodo en mi sillón,

me mira sonriente a los pies de la cama

cuando comienza mi mañana,

y con un dedo me roza la piel,

para asegurarme, que sigue allí.

En un principio creí, que era bienvenido,

Lo dejaba probarse mis ropas, como si fuera un juego,

lo veía ojear mis libros, escuchar mi música.

Pero tanta era su presencia que llegó a abrumarme

Me pregunté, por qué no se va?...

Y más cómodo se sintió

Y menos pude hacer para desaparecerlo

Entonces lo descubrí, secando mis letras

hasta hacerlas imperceptibles,

cerrando mi boca con sus dedos huesudos,

cada vez que intenté conspirar para deshacerlo

Tarde, sentencian sus ojos

Yo desafiante sostengo esa mirada,

y como en un todo o nada,

le devuelvo un susurro

apenas perceptible pero suficiente

Y digo  "te extraño"

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DE HAMACAS DE JW  

11/21/2008


Una hamaca meciendose lentamente.

Una brisa fresca renovando las esperanzas.

Una sonrisa inocente.

Una tormenta de verano.

Un guiño en la espera.

Un barco, un crucero al fin de las cosas.

Una flor.

Un sonido.

Un anhelo.

Todo eso da vueltas en mi cabeza.

Y yo, en ese afan de encontrarle la explicacion a todo, lo asocio con tu rostro.

Tu cara siempre me da la excusa para seguir conmigo.


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I WANNA HOLD YOUR HAND  

11/17/2008


Él caminaba delante suyo. Y ella no podía dejar de observarlo ni por un instante. El cabello oscuro, el cuello, la espalda que tantas veces recorriera, su contoneo al andar...

Se apropiaba con la vista de cada célula de ese ser. Conocía su piel desde hacía unos tres años atrás, pero religiosamente y como si fuera un descubrimiento, lo devoraba con la mirada cada vez que cruzaban ese patio de mosaicos rojos y helechos contra las paredes.

Siempre supo que él no sería un cliente más. Hubo un instante, de muchos otros instantes especiales, que se repetía y que le dieron la señal, la certeza, de que sería diferente.

La primera vez que estuvieron juntos, una mañana (no recordaba bien que día), cuando ella esperaba una transacción comercial y él un poco de calma...  Cuando se unieron, mecánicamente ella, torpemente él, cuando los juegos terminaron, cuando la piel transpirada pedía reposo, él se había acercado desde atrás y le había dejado un beso suave en su hombro. Luego la abrazó.

Y fue como si hubiera tocado un punto mágico, un caudal de sensaciones íntimas derraparon en su piel. Las defensas construídas, las máscaras acumuladas por el tiempo y por el dolor, cayeron sin que pudiera hacer nada al respecto. Y así quedó, desnuda el alma, recibiendo ese abrazo, sintiendo, como hacía tiempo no se permitía.

A partir de ese hecho, cada semana esperó ansiosa la visita de su cliente. Aunque cliente era una palabra formal, entregaba más que el cuerpo en esas sábanas.

Bien podría haberle pagado con besos, arvejas o dulces, siempre terminaba el encuentro con una sonrisa que le duraría hasta asomar la luna, con un suspiro y con la impaciencia contando como condenado, los días que mediaban hasta la próxima vez.

Conocía su historia casi sin filtros. Como a muchos, a él le gustaba hablar. Tenía mujer, hijos, un trabajo agobiante, rutina, deudas, soledad y ganas de volar...

Y ella utilizaba su experiencia, la sabiduría de todos los hombres que le hablaron antes, su intuición y le regalaba las mejores palabras, mientras con ternura lo miraba y acariciaba su cabello.

Un gesto la alertó y le hizo abrir los ojos en forma desmedida. De reojo casi, él estiró la mano abierta en su dirección, ofreciéndola en un gesto cariñoso.

Apuró el par de pasos que mediaban entre ellos y sin dudarlo, entrelazó sus dedos, colgándose feliz.

Así, jugando a ser pareja, recorrieron los pocos metros de esa galería hasta la habitación que cada semana los esperaba.

 Al abrir la puerta, lo detuvo. Con la mano libre, tomó su cara, lo miró a los ojos y le dió el más precioso de los besos, apretando con fuerza la mano que los unía, intentando retener ese instante...

Dentro, los esperaba la cama sencilla de madera oscura y sábanas blancas, el acolchado bordó, y el espejo en la pared, reflejando esta vez, a una mujer de ojos vidriosos, perdidos, con un arma lista para matar.

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UNA CORTA HISTORIA DE AMOR DE CARLOS LESCANO  

11/13/2008

Una pareja de palomas fugadas del dibujo de una niña, muestra su sueño.

Precioso corto de Carlos Lescano.


A SHORT LOVE STORY IN STOP MOTION from Carlos Lascano on Vimeo.

Bonus track:

Excelente trabajo de animación del hijo de cabezón un integrante de nuestro foro. "El George Lucas de las pampas húmedas". Disfrútenlo.

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FELIZ CUMPLEAÑOS  

11/11/2008


Feliz Cumpleaños al colaborador estrella de este blog, creador de la filosofía lucaniana.

Si bien hemos tenido que censurar algunas de sus máximas, como la que formulara hace unos días al perder su primer diente (no solo se le cayó, lo perdió) y al ver que el ratón Perez no le dejara ninguna recompensa, se refirió al mismo como "rata apestosa", amenazando con darle golpes si algún día regresaba a su casa.

Realmente, estamos felices de contar con la sabiduría de este pequeño ser egocéntrico, narcisista, políticamente incorrecto, pero extremadamente adorable (al punto de abrazar las bolsas con golosinas que preparábamos para los invitados de su fiesta,con el objeto de que, según sus palabras, "además de caramelos, den felicidad".

Ojalá que el crecer le quite lo menos posible la lucidez de sus cinco.

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AYER  

11/06/2008


Ayer, llegué a mi casa cerca de las dos de la mañana, horario razonable para un noctámbulo como yo. Para mi desdicha, el portero que atiende mi cochera todas las noches, y que se encarga fatigosamente de abrirme y cerrarme el portón _siempre prolijamente cerrado_ no se encontraba, y en su reemplazo, había una persona a quien yo, sin demasiados atributos, lo di en llamar “el dormilón”. Luego de algunas palmas moderadas, intentando no despertar a todo el vecindario, y tras quince minutos de espera, apareció la figura chinesca de este personaje, desperezándose, tal y cual yo tuviera todo el día para esperarlo, y entre una suerte de gemidos y bostezos, profirió un chiste que hubiera querido no escuchar, me dijo –estas son horas de llegar…??
Hice caso omiso al comentario, guardé mi coche y cuando salí, aún con ganas de amargarme la noche, me dijo –que descanse!!, a lo que contesté –no creo que ni a propósito, logre conciliar el profundo sueño que este establecimiento provoca en sus empleados (creo que no me entendió).
Subí y me dispuse al aseo previo al descanso, aseo que realizo más por tozudez que por hábito, de buena gana me tiraría a dormir con todo lo que llevo puesto.
En el baño, al lado de la jabonera que lo único que conservaba del producto para el que esta fabricada, eran unos deshilachados pedazos que pendían de sus bordes, estaba la pasta dental, o mejor dicho, el envase de pasta dental, arrugado, como hacia días, mirándome con esos ojos de reemplazo. A duras penas y algunas dentelladas, logré sacarle casi el alma, compuesta de algún gramo de esa blanca sustancia de la que iba en procura, un poco de plástico de la tapa retorcido por mis molares y algún rasgo de pintura del isotipo de la marca, que había claudicado en esa desigual lucha.
A las dos y algunos minutos, caí maltrecho en mis aposentos, y a las tres en punto, me levante pensando en el motivo de esa perturbación que no me dejaba conciliar el sueño. Lo hallé rápidamente, tenía hambre. Sin más trámite, me dirigí a la cocina, abrí la alacena y sin mediar demasiado estudio, tomé la decisión. Como dice mi madre, un colchón de “alberjas” es rápido de suculento.
Encendí un cigarro para que me acompañe en la cocción, saqué hacendosamente la lata de arvejas, otra de atún en aceite, para darle un corte mediterráneo, o para comer algo más de otra cosa, como prefiera el lector. Me procure el sartén que puse a fuego moderado y el aceite que aún en minúscula cantidad, intente que cubriera toda la superficie metálica.
Cuando me dispuse a abrir las latas de conservas (primero arremetí contra la de atún), mi abrelatas se despedazo “mágicamente”. Antes de recurrir al destornillador philip, desvencije un cuchillo tramontina, en una suerte de verificación de utilidades.
Perfore la lata con el destornillador, solo en un lugar, para que llegado el caso pudiera alegar que lo había hecho en “defensa propia”. Un hilo importante de aceite, encontró al instante del estallido metálico, su destino final en mi bóxer. A destajo, fui metiendo un tramontina (otro), de modo de palanquear y abrir de la forma mas estéril posible, lo mas que pudiera del borde de esa jaula circular de peces muertos.
Antes de que le llegara el turno a las arvejas, mi exquisito olfato me alerto de que algo andaba mal, a escasos quince centímetros míos, el sartén, estaba casi en llamas.
Bote la lata dentro de la pileta, y me dedique a ver cual era el modo mas seguro, de retirar ese utensilio de cocción antes de que se derrita sin causa. La limpieza, me demando unos quince minutos, que yo, en mi carácter de autodidacta, los agregue al recetario, debajo de la frase que reza “este es un plato sencillo”, agregando, “sencillo, si ud tiene abrelatas y no olvida nada en el fuego”.
A esta altura, mi cigarro ya había dejado su impronta sobre la mesa, inquieto de permanecer en sus cauces, sobre el cenicero en que le había dejado.
Antes de volver a poner el sartén en el fuego, me procuré tener la segunda pieza de resistencia completamente abierta, recién ahí, volví cuidadosamente a impregnar de una suave capa de aceite y poner nuevamente a fuego lento.
Saqué de la heladera, una caja de cartón, que antes de abrir supuse que contenía huevos de gallinas, pero que a la vista, era impensado que una gallina pudiera poner huevos tan pequeños. Busqué, con la meticulosidad propia de un agente secreto, la palabra codorniz en el envase, pero finalmente, debí aceptar, que el chino titular del almacén de mi barrio, no tiene por que conocer las generosidades de nuestros productos avícolas.
Vertí el contenido de arvejas en el sartén, separé tres productos para cascarlos dentro, y fui haciendo la operación con cuidado de que nada volviera nuevamente a privarme de mi cometido. El tercer huevo, estaba podrido.
Junté fuerzas de flaquezas, y recomencé toda la operación de nuevo, al fin y al cabo, el atún aún estaba intacto.
Mientras ardían, ahora si, huevos y arvejas, destiné unos segundos en agregar al libro de cocina, detrás de mi ultima acotación “….y si ningún huevo está podrido”.
Por fin, el plato lucía verdaderamente como un manjar, crocante y vistoso, hasta que eché la lata de atún, última operación gastronómica que quedaba por hacer, omitiendo quitarle el aceite, tarea que me había quedado relegada después de los casi infartantes sucesos que he relatado.
Finalmente, aunque aceitoso, devoré el plato harto placenteramente, a eso de las cuatro y cuarenta de la madrugada y con un sopor, que me desvanecía.

Antes de llegar a mi habitación, volví al baño, encendí la luz, miré el mutilado envase dentífrico, apague la luz, me acosté sin cepillarme la dentadura y concilie rápidamente el sueño.

by Troyano

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