domingo 14: la abulia de los domingos clava su arenal en mí...  

6/14/2009


Domingo otra vez.  Detesto los fines de semana largos en los que estoy sola, pero genéricamente, odio los domingos por la tarde.

Es usual, cuando inaugura la mañana, dejarme seducir por el encanto de las sábanas tibias, de la almohada con la forma de mi cabeza, del acolchado gigante cubriendo todo, logrando que me sienta una partícula nadando en mares cálidos, de sueños nacidos en la noche anterior.

Desayunos tardíos de mediodía, leer el diario entre mate y mate, hasta la hora de la reunión familiar.

Creo que cada vez somos más, o los mismos, hacemos más ruido, no lo sé. Son obligadas las Charlas y sobremesas extensas, que se derraman antojadizas, hasta tocar casi la hora en que los más chicos olvidan un rato a quién le toca contar y reclaman una merienda de leche caliente y galletitas.

Pero la tardecita... justo cuando el sol termina de despedirse en un último hálito, marca el momento suspendido, el nexo inerte entre lo que fue el día y las obligaciones del lunes que vendrá. 

El silencio devora rápido el espacio. Los juegos cesan, Las voces también. El malhumor y el sueño tempranero toman posición. Los pendientes siguen en rojo. Es tarde para empezar todo y temprano para terminar nada.

Definitivamente, odio las chiclosas horas de los domingos. Huérfanas y bobas, deberían extirparlas, más precisamente las de 19 a 21.

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