Probablemente el reloj ya anunció el cambio de jornada. Y ella allí, inmersa en su mundo pequeñito, fascinada con una muñeca a la que un brazo le gira loco y cuyos ojos ya no abren.
Le hablaba amorosamente, como una madre a su hija. Yo con la vista cansada del resplandor del monitor, tecleaba mientras escuchaba los diálogos de sus juegos.
-Má, puedo comer caramelos?
La miré. Esta conversación la repetimos siempre, como funciones de una obra de teatro. Una exitosa, por cierto.
-No, y tenés que ir a acostarte. Es tarde.
Extrañamente obediente desaparece del living. La voz lejana repite la escena frente al padre. La obra tiene el mismo final.
Aparece con un caramelo gigante en la mano, producto de la cosecha de cumpleaños de esa tarde. Sonriendo, intentando simular la emoción de tener algo decidido y saberlo ganado antes de ejecutado evita mi mirada que la sigue por la habitación.
-Qué hacés con eso?
-Papá me dejó.
-Estás segura que te dejó?
-Sí.
Me admiré de su capacidad de mentir, pero el rol que me tocaba en este instante era otro.
-Decime la verdad. Papá te dejó comer ese caramelo?
-Sí.
-Mirá, sabés que está muy mal mentir. No tenés que hacerlo. Quiero que digas la verdad, porque si vos me mentís yo te saco ese caramelo y lo tiro a la basura. Así que pensalo. Papá te dejó comer eso?
Sin pestañear contestó: -Sí.
En ese instante todo un debate filosófico/moral se desató en mi interior. Es solo un dulce. Pero qué representaba si lo dejaba pasar? Qué avalaba si no cumplía lo que dije minutos antes?
Y por otro lado, cuántos dulces tuvieron que haberme quitado a lo largo de la vida a mí?...
Tranquila, aunque no convencida, le saqué el caramelo, fui hasta la cocina y lo arrojé a la basura.
Ella lloró y luego se acostó.
Me quedé hasta tarde esa noche. Las madrugadas suelen ser amigables conmigo. A la mañana siguiente, la sentí treparse de acolchados y frazadas, pasar por encima mío y saludarme con un beso estampado en la mejilla.
-Hola amor.
Murmuré y sonreí ante el mimo.
-Hola má. Puedo comer el caramelo?
No otra vez, rogué en silencio mientras metía la cabeza bajo las sábanas.
-Daaaale má, me dejás comer el caramelo?
Los chicos suelen ser especialistas en horadar la paciencia y en conseguir sus objetivos mediante estudiadas técnicas de repetición y saturación.
Recordé mi conflicto interno del día anterior. Y volví a pensar en las mentiras propias, excusadas en mil razones validas para mí. Cómo podía ser juez? Cómo negarle ese dulce?
-Dale comelo.
La oí renegar con el envoltorio y escuché la petición:
-Me lo abrís?
Lo agarré mientras mis pensamientos seguían disparándose en direcciones místicas ya, que incluían karma y destino.
Me puse el paquete en la boca y pegué un tirón para arrancarle la punta y que finalmente, pudiera comerlo. Abrí los ojos.
En realidad creo que fue ese instante en el que desperté verdaderamente.
-More... Vos sacaste el caramelo de la basura?
Y ella, juro que con la voz más pequeñita, inocente, y semejante a la justicia divina que pudiera oír en este mundo, respondió:
-Sí.