Se despierta y somnolienta salta la baranda de la cuna que ya le va quedando chica. Revisa la cama de sus hermanos, todavía sueñan con parques y caramelos, con ogros y monstruos que habitan el bosque de su imaginación.
Se restriega con el reverso de la mano las avellanas de ojos, más achinadas que de costumbre y se inclina espiando debajo de la cama para realizar un conteo de tesoros interesantes abandonados.
Un muñeco al que le falta una pierna, una zapatilla que conserva su moño como si fuera un regalo, un cuento abierto leído la noche anterior...
Estira su cuerpo y se arrastra alcanzando la zapatilla, busca la otra alrededor y se sienta inventando una forma de colocarlas.
Luego de una pequeña lucha se para victoriosa y se observa. Los pies parecen ir en botes acordonados. Arrastrándolos sale de la habitación. La ventana deja entrar un sol impío que lastima su vista amiga de la oscuridad hasta hace momentos.
Atraviesa rápido el comedor para evitarlo. Uno de los botes ruidosos hace agua en el camino. Retrocede y lo rescata para devolverlo a su lugar. Mira como se mueven los dedos, como resistiéndose y se rie divertida con una pequeña y sonora carcajada que nadie escucha.
Ve la puerta blanca, de madera, alta, altísima y empuja con todo el cuerpo. Ya lo ha hecho otras veces y no representa mayor problema. Se abre intempestivamente hasta golpear con la mesa de luz que hay cerca.
Ahí la ve, enredada en sábanas. Rendida y soñando al mar.
Ahí lo ve, abrazado a su almohada. Su cara relajada ajena a la realidad.
Todo es silencio, Nadie nota su diminuta presencia, entonces desembarca.
Se trepa por la mesa, la escala, pasa por encima del cuerpo de ella, que se mueve y le dice -hola mi amor, aunque (lo sabe bien), sigue dormida.
Y se acomoda entre los dos, estirándose hacia un lado, alargándose hacia el otro, explorando, tanteando hasta atravesarlos como pulpo en un enredo de extremidades.
Ambos la abrazan. Ella sonríe complacida: otra guerra ganada.
Cierra los ojos y sueña un rato más.
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Feliz cumple More.