SUS OJOS
12/02/2007
Desde el día que encontró sus ojos, tuvo la certeza que nada volvería a ser igual. Quizás por el escalofrío que recorrió su cuerpo, o la certeza de haber visto su alma en ese instante.
Lo cierto es que esos ojos que tanto lo perturbaban le traían la inquietante certeza de antiguas vidas que se volvieron conocidas por un momento.
Esos ojos eran el resumen de todo lo que había amado, y esperado. Eran como volver de una larga siesta y descubrir de nuevo el mundo. Modificaban la realidad con su dulzura, pero de una manera tan sutil que sólo él podía sentirlo.
Lástima que ella no lo supiera.
Quizás por eso, desvió su mirada como si su seguridad la lastimara y colocó su mejor máscara para hablarle, ahora desde kilómetros de distancia. Entonces el decidió aceptar las reglas del juego.
Se mantuvo dentro de los límites que les marcaba esa, su relación. Mientras que dentro suyo miles de sensaciones antes dormidas irrumpían desaforadas.
Cómo explicarle el latido acelerado, el nudo en la garganta igual de grande que el que se aloja en su estómago. Cómo podría entender, cada noche de insomnio, llena de deseos y rabiosas fantasías, cada día con la mente ida hacia los lugares donde aloja su perfume.
No podía enfrentarla, confesarle su amor, ese desesperado amor que se vuelve eterno a través de los siglos.
Cómo podría explicarle que es él, el de siempre, el que muchas veces la amo, si apenas se conocen.
Entonces decidió tener la paciencia de una araña, y creó una trama de encuentros casuales, de secretos compartidos, logró su confianza, sus sonrisas y que por fin, quitara esa máscara de su mirada.
Creyó que era tiempo de explicar el lazo que los unía, tan profundo, tan intrínseco, e indestructible y eligió aquella noche.
Cuando llegó a su departamento, observó los perfectos detalles: velas diseminadas por los rincones provocando bailes de sombras y luz, el aroma a jazmines (sus preferidos), la mesa perfectamente dispuesta esperando a sus comensales y el primer movimiento de Claro de luna inundando todo.
La lluvia golpeaba los vidrios empañados y sonaba como miles de canicas chocando en el techo. El viento con voz propia parecía empecinado en abrir las ventanas, sin lograrlo.
Y al final,sus ojos, esos hermosos ojos, dulces ojos de interminables miradas, profundos secretos y lágrimas esquivas.
Inevitablemente los amó, por eso acercó su cabeza y los besó de la manera más suave que podía, al hacerlo sintió su aliento entrecortado acariciándole la garganta, entonces bajó hasta sus labios húmedos y ansiosos que se licuaron en los suyos con unn interminable beso.
Acarició su cuello y tocó su pecho suave. Ella tomó su mano y la arrastró por sus curvas y relieves, presentándole su cuerpo. Sonrió y retrocedió hasta el sillón cubierto de almohadones cayendo pesadamente, arrastrándolo a él hasta que cayó encima suyo.
Las palabras se volvieron innecesarias, bastaban los besos, la transpiración brillando sobre la piel, los olores, las caricias y el amor.
Ahora sabía que la había encontrado y que el ciclo se cerraba.
Lo cierto es que esos ojos que tanto lo perturbaban le traían la inquietante certeza de antiguas vidas que se volvieron conocidas por un momento.
Esos ojos eran el resumen de todo lo que había amado, y esperado. Eran como volver de una larga siesta y descubrir de nuevo el mundo. Modificaban la realidad con su dulzura, pero de una manera tan sutil que sólo él podía sentirlo.
Lástima que ella no lo supiera.
Quizás por eso, desvió su mirada como si su seguridad la lastimara y colocó su mejor máscara para hablarle, ahora desde kilómetros de distancia. Entonces el decidió aceptar las reglas del juego.
Se mantuvo dentro de los límites que les marcaba esa, su relación. Mientras que dentro suyo miles de sensaciones antes dormidas irrumpían desaforadas.
Cómo explicarle el latido acelerado, el nudo en la garganta igual de grande que el que se aloja en su estómago. Cómo podría entender, cada noche de insomnio, llena de deseos y rabiosas fantasías, cada día con la mente ida hacia los lugares donde aloja su perfume.
No podía enfrentarla, confesarle su amor, ese desesperado amor que se vuelve eterno a través de los siglos.
Cómo podría explicarle que es él, el de siempre, el que muchas veces la amo, si apenas se conocen.
Entonces decidió tener la paciencia de una araña, y creó una trama de encuentros casuales, de secretos compartidos, logró su confianza, sus sonrisas y que por fin, quitara esa máscara de su mirada.
Creyó que era tiempo de explicar el lazo que los unía, tan profundo, tan intrínseco, e indestructible y eligió aquella noche.
Cuando llegó a su departamento, observó los perfectos detalles: velas diseminadas por los rincones provocando bailes de sombras y luz, el aroma a jazmines (sus preferidos), la mesa perfectamente dispuesta esperando a sus comensales y el primer movimiento de Claro de luna inundando todo.
La lluvia golpeaba los vidrios empañados y sonaba como miles de canicas chocando en el techo. El viento con voz propia parecía empecinado en abrir las ventanas, sin lograrlo.
Y al final,sus ojos, esos hermosos ojos, dulces ojos de interminables miradas, profundos secretos y lágrimas esquivas.
Inevitablemente los amó, por eso acercó su cabeza y los besó de la manera más suave que podía, al hacerlo sintió su aliento entrecortado acariciándole la garganta, entonces bajó hasta sus labios húmedos y ansiosos que se licuaron en los suyos con unn interminable beso.
Acarició su cuello y tocó su pecho suave. Ella tomó su mano y la arrastró por sus curvas y relieves, presentándole su cuerpo. Sonrió y retrocedió hasta el sillón cubierto de almohadones cayendo pesadamente, arrastrándolo a él hasta que cayó encima suyo.
Las palabras se volvieron innecesarias, bastaban los besos, la transpiración brillando sobre la piel, los olores, las caricias y el amor.
Ahora sabía que la había encontrado y que el ciclo se cerraba.
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