Versatilidad  

6/22/2009


La breve deliberación nocturna llega a su fin, el desvencijado auto familiar ya no será necesario ante lo que resta del día, por lo que el rito diario de llevarlo hasta la cochera, distante unas tres cuadras, comienza inmediatamente.
El proceso de guardado incluye charla con el mecánico del taller del fondo. El estado de la cancha del pincha, la muerte de algún personaje mediático y las próximas elecciones son temas que pasan sin pena ni gloria mientras se consume mi cigarrillo.
- "Me voy Oscar, llego tarde a la reunión de consorcio"
Tal afirmación se fundamentaba en una desprolija hoja de papel que pude ver pegada en la pared al salir del conventillo.
- "Lesto, ah decile a la veterana del "C" que puedo medirle el aceite cuando quiera, je, je"
Sonrío torpemente cómplice y me subo el cierre de la campera, la humedad de la noche me obliga a levantar las solapas y, por alguna extraña razón, a encorvarme levemente, como si eso ayudara a combatir el frío otoñal. Empiezo a acortar la distancia que me separa de mi destino, y mirando el reloj a través de la luz de mercurio que se filtra por lo que queda de una otrora espesa arboleda, calculo que llegaré cuando ya se hayan resuelto algunas singulares rencillas entre vecinas y el administrador haya conseguido un razonable aumento en las expensas.
Al levantar la vista, unos segundos después y algunos metros adelante, una señora camina a paso firme desafiando el calamitoso estado de las veredas y observando con recelo la sombra de un extraño que a intervalos se proyecta en su cercanía. El característico sonido del zapato sobre la hojarasca le indica una proximidad incómoda y se aferra firmemente a su cartera mientras cae en la cuenta de que esta situación ya lleva dos cuadras interminables.
Mientras, unos pasos detrás pienso que en la próxima esquina ya deberé girar por lo que mi flamante estigma de sujeto peligroso se esfumará instantáneamente. Contra cualquier previsión, la acechada mujer cambia su curso en la misma esquina, tras la cual segundos después, aparecería implacable ese tipo sospechoso que supo ver por el rabillo del ojo, una vez más. Ya no había dudas, el resultado era aparentemente inevitable aunque una esperanza emergía entre las sombras de la noche, un grupo de gente se apiñaba al abrigo de la luz que asoma desde un estrecho pasillo. En un último intento por evadir la situación, la mujer se refugia en la escasa multitud y logro intuir que manifiesta las nefastas intenciones del sujeto que la persigue, el cual llegaría unos segundos después para sumarse a la reunión de consorcio que se desarrollaba en la vereda y saludar amablemente a los presentes ante la sorprendida mirada de la acosada mujer.
Disculpas de rigor, anécdotas de punguistas y bromas ad hoc terminan cuando, en tono grave, el administrador cierra el libro de actas dando por finalizado el debate, no sin antes exigir la firma de los presentes. La vecinas retornan al calor del tiro balanceado en compañía de diminutas mascotas que pelean entre sí mientras la atribulada señora ya casi no se distingue a través de la plomiza humedad en la distancia recorrida, quizás más tranquilamente, aunque no sin cierto recelo.

La puerta del pasillo se golpea tras de mí en un violento movimiento que evidencia la necesidad de regular el sistema mecánico de cierre, mientras pienso en la versatilidad del individuo promedio actual, teniendo en cuenta que de un paseo a guardar el auto, recorrí un camino como un deleznable ladrón y terminé como un honesto escribano.

De los versos del Capitán Jack

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